Mis padres llevan cuarenta años saliendo con el mismo grupo
de amigos cada sábado, cuarenta años en los que han tenido hijos, los han visto
crecer, casarse, y tener hijos. Hace quince días uno de sus componentes nos
dejó para siempre, fue duro, pero la verdad es que nos había dejado bastante
antes.
Hace algunos años empezamos a pensar que tenía alzheimer,
aunque siempre fue una persona muy despistada, cuando lo llevaron al médico, mi
opinión es que ya era demasiado tarde. Puede ser que no quisieran llevarle al
médico para no darse de bruces con una dura, durísima realidad, no lo niego. Le
apuntaron a una especie de talleres donde hacían actividades y ejercicios para
frenar la enfermedad y trabajar con la memoria, no se fiaba de nadie,
continuaba saliendo sólo y se desorientaba a menudo, y alguna vez incluso se
perdió. El declive total vino a principios de verano, cuando su mujer comunicó
que debían ingresarlo en una clínica, ya no era posible tenerlo en casa, quería
irse a la calle en mitad de la noche, o hacer sus necesidades fuera del cuarto
de baño, ya no conocía a una de sus hijas que vivía fuera, necesitaba una
persona las veinticuatro horas…
Pero aún quedaba lo peor: no se adaptaba a la residencia, no
le dejaban salir a pasear y se sentía enclaustrado, así que le cambiaron de
sitio: este sitio le gusto más, podía salir a pasear cada mañana por el jardín
acompañado de una auxiliar o algún miembro de su familia, y todo fue mucho más
sencillo. A pesar de todo, seguía siendo igual de divertido que siempre, y
tenía muchísimo sentido del humor. Hoy hemos asistido a una misa por él, su
mujer decía que no estaba excesivamente triste, no por ella, pero de repente se
acordaba de él y le daba muchísima pena, no era justo que acabara sus días así,
sin saber quién era, sin disfrutar de sus nietos, con la cabeza perdida. Pocas
personas he conocido que abiertamente reconocieran sus inmensas ganas de ser
abuelos, él era una de ellas y el pasado mes de enero, por fin fue abuelo, de
un niño y una niña. Su hijo le puso en sus brazos a su nieta recién nacida, y
con todo el cariño del mundo le explicó: Sabes una cosa? Tu eres mi papá, y
ahora yo soy el papá de esta niña. Y aunque a veces no sabía exactamente
quiénes eran esos niños, sí que sabía que eran algo suyo, y tenía que quererlos
mucho. Por suerte conservan la satisfacción de que las últimas semanas estuvo
muy feliz, incluso le llevaron un domingo a pasar el día al parque y estuvo
jugando tirado en el suelo con sus nietos.
Qué pena... sólo pido que mi madre no termine así sus días... qué maldita enfermedad :(
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