La semana pasada mis primos del pueblo perdieron
repentinamente a su perro. Se puso
malito el fin de semana y el martes dejó de existir. Aunque yo no conocía a Yaco
(así se llamaba), me puse triste, me vi
reflejada a mi misma cuando pasé por la misma situación hace algo más de 3
años, el 6 de abril de 2011. A pesar de mi tristeza, traté de infundirles ánimo
a mis primos, explicarles que aunque en ese momento les doliera el alma, con el
tiempo, aprenderían a convivir con el dolor y sin Yaco, y podrían recordar
todos los buenos momentos vividos juntos sin que sus ojos se llenaran de
lágrimas.
Recuerdo que cuando era pequeña, una vez en clase alguien
preguntó adónde iban nuestras mascotas cuando morían, y la profesora contestó: los
animales no van a ninguna parte porque no tienen alma, dejan de existir y
punto. Cuando hace 3 años perdimos a Tahalí (así se llamaba mi perro), en casa
fue más duro para todos de lo que jamás pensamos, incluso para mi padre. Mi
perro tenía absoluta adoración por mi padre, le seguía y perseguía sin cesar, y
mi padre aunque protestaba, sé que sentía lo mismo. Después de casi 14 años a
nuestro lado no alcanzábamos a comprender como podía haberle salido un tumor
maligno en la boca que nos privara de su compañía en cuestión de 3 semanas.
Desde ese mismo momento a mí me quedo clara una cosa: el
cielo de los perros existe. Mi profesora dijo que no podían ir al cielo puesto
que no tenían alma, pero claro que la tienen¡¡ ¿Cómo si no iba un perro a dar
ese cariño incondicional a sus amos, iba a ser fiel a toda costa y el más leal
de los amigos? Unos meses después, cuando habíamos digerido un poco la
situación, me animé a comentar con mi padre mi pensamiento, y me dijo, no sé si
yo lo llamaría exactamente “el cielo de los perros” o no, pero estoy seguro que
estará en algún sitio muy a gusto y comiendo muy bien, porque sino ya nos
habrían dado las quejas de lo mucho que ladra J.
El cura de mi colegio nos decía que los perros, cuando morían, se iban a darle compañía a nuestro ángel de la guarda hasta que se volvieran a encontrar con nosotros.
ResponderEliminarSuena un poco a tontería, pero cuando mi perrita se murió de vieja y yo tenía diez años me consoló mucho.