LA ESCRITURA Y YO

Siempre me ha gustado escribir. Me servía para desahogarme y se me daba bien (o eso creo). En la adolescencia me sentaba en el escritorio de mi habitación frente a unas hojas en blanco y solía plasmar en el papel lo que sentía. Por alguna razón que desconozco plasmaba todo eso en forma de poesía. Versos que solían hablar de amor o más bien de desamor casi siempre, pero que me aliviaban muchísimo cuando los escribía. Los guardaba en una carpeta vieja tamaño cuartilla de la que nadie sabía. No sé cuantas escribí (todas no las conservo), pero descubrí unos concursos de poesía y las mandaba, y varias quedaron finalistas así que no debí hacerlo mal del todo. La última la escribí hará unos diez años, la verdad es que las releo y no sé si son buenas o malas, pero soy capaz de "teletransportarme"al momento en que me llevó a plasmarlas en papel y a sentir lo que sentí entonces. Escribí poca prosa. Un día leyendo una revista de estas que vienen con el periódico vi un concurso de relato corto sobre el primer día de colegio y escribí el relato que os voy a mostrar ahora (que no ganó nin nada). No sé la de años que puede hacer que lo escribí, yo creo que más de diez seguro, tendrá mil fallos y es muy simple pero tiene algo que me gusta, tal vez sea "amor de autora" ya me direis.

Mi amigo Miguel

Es el mes de septiembre, son las 8:55 y Pablo de seis años, aún se encuentra en el asiento trasero del coche de su madre. Es su primer día de clase en un nuevo colegio y tiene miedo a entrar, no se atreve a moverse a pesar de que su madre, que sabe lo que le ocurre, le repite que va a llegar tarde.
Finalmente Charo, tiene que bajar del coche y acompañar de la mano a Pablo hasta la puerta azul que el pequeño tanto teme cruzar:
-Te prometo que estaré puntual a la salida, dijo Charo tras besar en la frente a su hijo.
El pequeño miró temeroso a Angelita, la portera, que con una sonrisa en la cara le indicó cuál era su clase. Pablo entro, era una habitación cuadrada muy grande y llena de niños que gritaban y corrían alrededor de ella. Se sentó en el pupitre que vio más cerca de la puerta para pasar desapercibido, pero a pesar de ello, todos se acercaron "al nuevo", le miraban con ansia y murmuraban, cosa que a Pablo no le gustaba.
La profesora entró por la puerta y dijo:
-Buenos días niños, soy la señorita Julia, sentaos.
Pablo pensó que se iba a quedar solo porque todos los niños se conocían, pero no fue así. Miguel, que también había llegado nuevo, se sentó a su lado. La señorita Julia dijo que tenían una hora para contar a su compañero qué tal habían sido las vacaciones de verano, así que Pablo y Miguel se pusieron a hablar. Al principio con timidez, pero a medida que el tiempo transcurría la timidez iba desapareciendo, y Pablo y Miguel se mostraban cada vez más interesados en conocer a su compañero de al lado.
Habían congeniado, no se separaron en toda la mañana ni siquiera en el recreo, jugaron juntos al fútbol en el mismo equipo con algunos compañeros de su clase.
Llegó la hora de irse a casa, Pablo salió corriendo hacia su madre muy sonriente, había encontrado un nuevo amigo muy especial y estaba deseando que llegara el día siguiente para seguir conociendo a su amigo Miguel. Pablo parecía haber superado el miedo al primer día de colegio.